Agencia de Márketing Digital: Testimonio de crecimiento y éxito
Del gabinete a la máquina de coser y de ahí… ¡A Japón!
Soy Lucía, higienista de profesión y costurera por devoción.
Crecí en un entorno diferente, o no tanto si lo piensas bien. ¿Sabes ese cuento del padre que fue a por tabaco y nunca volvió? Bueno, ese es el mío, se marchó de casa cuando yo tenía 9 años y mi hermana 7, se fue a un viaje de negocios y esa fue la última vez que supimos de él.
Mi madre trabajaba en la oficina de un médico, era su asistente y le ayudaba en la consulta. Pero, no ganaba lo suficiente para mantener una casa, dos peques y una vida.
Como en miles y miles de casos, tuvimos que dejar el piso de alquiler en el que vivíamos y mudarnos a la casa de mis abuelos. Todos los días, desde que llegamos a su casa hasta que se murió, mi abuelo le reprochaba a mi madre su desdicha. Lo detestaba, no sabía cómo este hombre se atrevía a decirle a su hija que la huída de su marido era su culpa.
Mi abuela, mi abuela era otra cosa. De inmediato le dijo a mi madre que no se preocupara por nosotras, ella nos llevaba y nos buscaba del cole, nos hacía la merienda y con paciencia, se sentaba cada tarde a hacer los deberes con nosotras.
Para mi madre la vida se transformó de dura a casi imposible de vivir. Además del drama del abandono del marido y las contínuas quejas de su padre, tenía que lidiar con las facturas y los gastos de una vida.
Salimos adelante gracias a la aguja y el hilo
Poco a poco, mamá logró salir adelante y un par de años después pudimos mudarnos a un piso solas. Mi madre había logrado sumar a su precario sueldo, un par de euros más haciendo dobladillos y cogiendo bajos de pantalones, cosiendo cremalleras y achicando disfraces de chiquillos.
Cosía como una desesperada… ¡Y es que lo estaba! Recuerdo irme a dormir por las noches y darle un beso a mi madre mientras tenía 4 agujas en la boca, las gafas empañadas en el tabique e iluminada sólo por la tenue luz de la máquina.
Con tristeza y orgullo recuerdo que al levantarme, mi madre aún estaba cosiendo. El run-run de la vieja Singer de mi madre era nuestro acompañante nocturno y nuestro despertador. De vez en cuando, alguna palabrota en mayúsculas retumbaba en el minúsculo piso que vivíamos cuando mi madre se pinchaba con la aguja.
Sandra, mi hermana, y yo, pronto asumimos que teníamos que ayudar a mamá a coser mientras ella estaba en el trabajo. Sí, porque después de coser, tenía que poner su mejor cara e irse para su trabajo “normal”. Así, aprendimos a coser, a manejar la máquina, a cortar un sisa o a meterle a una falda.
La vida nunca mejoró del todo, pero mi madre tenía ese brillo especial en sus ojos cuando sabía que su durísimo trabajo le permitía tener una vida medianamente decente. Nunca fuimos ricas ni nos importaba serlo. En mi casa nunca sobró un céntimo, pero tampoco faltó.
Me fui a la uni y Sandra también… Mamá se quedó sola
Nuestra historia llegó a un punto de clímax cuando me tocó ir a la universidad. Tenía que salir de casa para hacerme higienista pues en nuestro pueblo no había la disponibilidad de esta carrera. Como pudo, mi madre me apoyó en mis estudios universitarios, me ayudaba a pagar la residencia y me mandaba algo de dinero para mis gastos.
Yo sabía que no podía desmayar y que si quería surgir tenía que hacer lo que hizo mi madre toda la vida… ¡Trabajar como una hormiga!
Pero, un par de años después Sandra me dijo que se iba también. Iría a la uni y se haría diseñadora gráfica. Mi reacción, lo confieso, fue muy egoísta. Lo primero que pensé fue ¿Cómo va a hacer mamá para pagarnos la universidad a ambas? Me enfadé con Sandra por dejar a mamá sola pero muy prontito me calló con una lapidaria sentencia: ¡Hago lo mismo que tú!
Mi abuela nos hizo un regalo a ambas que marcaría la diferencia en nuestra vida. La primera navidad que volvimos ambas a casa como estudiantes universitarias, los reyes nos habían dejado un regalo debajo del árbol: Una máquina de coser para cada una.
Aún las tenemos y las conservamos como la chispa que inició este incendio, una Brother bellísima en un perfecto color blanco con tonos rosa que comparten espacio en nuestro nuevo negocio con máquinas ultramodernas y potentes.
Cosiendo me hice higienista y cosiendo dejé de serlo
Cosía en la universidad. Siguiendo el ejemplo de mi madre, estudiaba de día y cosía de noche. Tenía una clientela cautiva en la universidad. Era la encargada de hacer remiendos, zurcidos y miles de cosas más para mis compañeras y compañeros.
A Sandra, su máquina le sirvió para trabajar con un pequeño taller de uniformes. Ellos le daban una caja llena de cuellos y puños de camisas para coser o le daban una bolsa llena de botones para pantalones y otras prendas. Le pagaban un céntimo por cada botón o un euro por cada cuello. O sea, para reunir lo suficiente para pagar su dormitorio, tenía que coser como si no hubiera un mañana. Pero mi hermana y yo sabemos que sólo trabajando duro se sale adelante.
Me hice higienista y pronto encontré unas prácticas en una clínica dental. Me pagaban la mitad que a mis compañeras y me daban tareas que nadie quería hacer. No me importaba, sabía que todo sería temporal y así fue.
Peldaño a peldaño subí en la escala laboral. Mi jefa se dio cuenta de mi pasión por trabajar y gradualmente me fue dando más responsabilidades. Mi sueldo fue subiendo y mi vida comenzaba a mejorar un poco.
Pero no podía dejar de coser. Era como un vicio. Llegaba cansadísima del trabajo, me daba una ducha fría y me sentaba en la máquina. Cosía de todo, hacía cada vez cosas más chulas y con mejor calidad.
Amaba coser con la misma pasión que empezaba a detestar mi trabajo. Sabía por dentro que me había equivocado y que ser higienista no era lo mío. Mi pasión era coser. Lo que pasa es que en ese entonces, creía que coser era un oficio sin futuro… ¡Que equivocada estaba!
Sandra se graduó… Todo cambió
Cuando fuimos a la graduación de Sandra, mi madre, mi abuela y yo estábamos pletóricas. Sandra era mi pequeñita aunque sólo nos llevamos dos años. Siempre será la chiquilla de trenzas y pecas que tenía que cuidar porque mi madre no se cansaba de decir “solo os tenéis la una a la otra”.
Y así ha sido siempre. Mi hermana es una crack, además de ser una máquina de trabajo incombustible, tiene unas ideas siempre frescas, geniales y de progreso.
Me habían dado una semana libre en la clínica, pues me debían unas vacaciones y las cogí para estar con mi familia aprovechando el acto de grado de mi hermana pequeña. Lo que mi jefa nunca habría podido adivinar es que nunca volví.
A lo mejor tengo eso heredado de mi padre, eso de irse y nunca volver sin mirar atrás.
No volví porque Sandra me transformó la cabeza, la cogió, la zarandeó y me inoculó un gusanillo que ha crecido como un monstruo: Sandra me propuso ser independientes y coser un producto que tenía guardado bajo su brazo.
Sandra me mostró un sujetador bellísimo. No era sexy o de picardía. Tampoco era el típico sujetador de abuela… Era algo entre esos dos. Una belleza que daba confort y se ajustaba a la espalda con una comodidad que nunca había sentido. Sandra había encontrado una tela de la India que tenía una elasticidad fantástica, transpiraba y era súper ligera.
Ella lo había diseñado de punta a punta y de hecho, había sido su trabajo final de grado con el que había obtenido la mejor calificación de toda su clase. Además de comodísimo, el sujetador de Sandra era hermoso, tenía cientos de tornasoles y un atractivo que nunca antes había visto. Lograba hacerte lucir sexy sin perder la comodidad.
El diseño de mi hermana y mi maestría con la aguja
Sandra había hecho un prototipo y había gustado mucho a sus amigas. Aunque ella cose muy bien, no tiene mi habilidad. No es arrogancia, es la realidad. Y por eso, mi hermana me pidió asociarnos en un taller de sujetadores.
Al principio, me pareció que era un disparate.
¿Cómo íbamos a producir sujetadores a tal punto de vivir de eso si éramos dos chiquillas sin experiencia? Su respuesta, como siempre, fue aplastante: “¿Sin experiencia? ¡Tú y yo cosemos desde antes de tener tetas!”
Y era cierto, juntas teníamos más experiencia que muchas de las costureras de fábricas y grandes ateliers. Con ese punto descartado pasé nuevamente a la ofensiva y a torpedear su idea. ¿Cómo vamos a venderlos si no sabemos nada de eso?
Sandra tenía todo estudiado. Lo haríamos por internet. Publicaríamos en las páginas de venta que había disponible en ese momento. Hace unos años, las tiendas online no estaban del todo consolidadas en España y las ventas no eran como ahora. Era más un tema del boca a boca en el que internet era solo un medio pero aún existía mucha desconfianza. Las redes sociales no eran ni por asomo un medio para vender productos pues sólo eran espacios para cotillear a tus amigos. La tecnología no estaba desarrollada al punto actual y todo era muy rudimentario.
Sin embargo, aunque todo era mucho más lento, nos funcionaba. De hecho, ahora que lo pienso, hasta nos convenía mucho que la cosa fuera tan lenta. Si esto hubiera explotado de la forma que lo hizo después de conocer a mercadonet.es, no habríamos podido responder con nuestra exigua capacidad.
LLegó mercadonet.es y todo cambió
Un punto que Sandra y yo teníamos muy claro es que no queríamos ser la competencia de las tiendas de lencería fina y no queríamos vender piezas “sensuales” o ridículas. Los encajes, las plumas y los adornos innecesarios estaban fuera del radar. Hacemos sujetadores para mujeres no para maniquíes.
Es decir, queríamos hacer sujetadores que estuvieran en el punto medio entre un horripilante pero comodísimo sujetador deportivo y un instrumento de tortura llamado “sujetador sexy”. No queríamos hacer un producto para los ángeles de Victoria ‘s Secret pero no queríamos quitarle belleza a una prenda tan íntima.
Nuestros sujetadores son para mujeres comunes y corrientes. Son prendas para la mujer como mi mamá. Para esas que se levantan antes que el sol y se van a la cama destruidas por un día durísimo. No queríamos que el mejor momento del día para una mujer fuera cuando se desabrocha el sujetador y todo el aire vuelve a los pulmones.
No, queríamos que el sujetador fuera una prenda que sujetara. Sí, parece una tontería pero es que para las chicas, la sujeción es fundamental. Algunas tenemos que llevar un par de kilos colgados al cuello y un peso brutal en la espalda. No importaba cuán grande fuera el pecho, nuestros sujetadores eran cómodos, ligeros y daban soporte a la espalda, al busto y a la vida de la mujer trabajadora.
Este concepto era muy nuestro… O al menos eso creíamos. Porque al salir al mercado, resulta que esta búsqueda es muy común. Muchas mujeres quieren prendas de confort, no de exhibición. Necesitábamos un medio para exponer nuestro producto y llegó mercadonet.es. Todo se lió y la vida dio un giro muy inesperado.
Una página web diseñada para nosotras pero sobre todo para nuestras clientas
Hacer nuestra web con mercadonet.es fue mucho más sencillo de lo que pensaba al principio. Yo creía que hacer una web era un tema súper complicado y para el que necesitaría miles de millones para completar. Los expertos de mercadonet me probaron cuán equivocada estaba… ¡Afortunadamente!
La web estuvo lista en una fracción del tiempo que había planificado y era hermosa. Todos los colores y la facilidad con la que se podía navegar era fantástica. Ellos mismos nos recomendaron hacerla lo más sencilla posible y además, nos dieron el consejo que revolucionó nuestro minúsculo taller en una fábrica de sujetadores. Los técnicos de mercadonet nos sugirieron hacer nuestra web en español y en inglés… un exitazo pues nos llevó hasta Keiko… Nuestro ángel de la guarda.
La llamada de Keiko… ¿Un sueño?
Keiko tiene una cadena de tiendas de ropa interior en Tokio. Tiene 4 tiendas físicas y una página en la que vende productos por internet a todo Japón con ventas a mercados como Australia y Nueva Zelanda. Su tienda tiene un concepto básico, productos artesanales hechos por mujeres para mujeres.
Su tienda es una exaltación al feminismo positivo. Esas chicas que han dejado de victimizarse y han pasado a la acción. Su concepto vende… ¡Y vende mucho!
Keiko se interesó por nosotras y nos escribió un larguísimo email en el que nos pidió una visita a nuestro taller en Guadalajara. Sandra se emocionó mucho y para mi, todo era una broma de mal gusto. Algún chiquillo se estaría haciendo pasar por una poderosa ejecutiva japonesa y nos estaba jugando una broma… ¡Cuánto me alegra haber estado tan equivocada!
Conocer a Keiko fue como entrar en un mundo lleno de color en el que todo es posible. Es increíble toda la energía que está contenida en una japonesa de un poco más de metro y medio de altura. Esta mujer es fuego puro y nos hizo llegar a donde ni en nuestros sueños más locos habríamos llegado.
Keiko quería que hiciéramos un sujetador y comprobar que lo hacíamos nosotras de verdad. Quería comprobar que no éramos como tantas otras “fábricas” que compran productos a precios ridículos en China o la India y los revenden. Cuando se convenció de que éramos reales, nos hizo una transferencia por adelantado para una producción comparable a lo que podíamos vender en 3 años… y ese era sólo el primero.
La transformación
Keiko sabía que nuestra capacidad era mínima así que nos aconsejó invertir en nuestro taller. Nos pidió un plan de negocios con una proyección de producción. Lo que vino después, no era de este mundo… ¡Keiko se ofreció a financiarnos! Ese dinero se lo devolveremos con mercancía… O sea, nos hizo un pago por adelantado para la producción de los próximos 5 años.
Esto fue hace un año. La transformación de nuestro taller tardó tres meses y cumplimos una de las exigencias de Keiko con el mayor de los gustos: En nuestra marca, sólo debía haber mujeres en toda la cadena. Keiko cree con firmeza que si una mujer ayuda a otra mujer, el mundo estará mejor.
Hoy, trabajamos a full capacidad con una sonrisa en nuestra cara y, me he guardado lo mejor para el final, ¿sabéis quien es la jefa de nuestro taller? ¡Nuestra madre! Un pago más que merecido a quién tanto le debemos… Nadie merece más este éxito que esa mujer que nos enseñó a trabajar sin descanso y que nos mostró que no hay caídas tan grandes como para destruir tu espíritu.
Hay muchas personas a quien agradecer además de nuestra madre. A nuestra abuela y a Keiko, dos mujeres similares aunque la vida las llevó por caminos paralelos. Pero, sin duda, sin mercadonet.es jamás habríamos llegado a un mercado tan exigente como el japonés y nunca podríamos haber conocido a Keiko… Hoy la vida sonríe y así será por mucho tiempo.
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